Diciembre 2009: RESTAURAR, RECUPERAR, RECONSTRUIR, REHABILITAR…RESPETAR
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RESTAURAR, RECUPERAR, RECONSTRUIR, REHABILITAR…RESPETAR
Como es sabido, cuando se afrontó a comienzos del siglo XX la reconstrucción de la archiconocida San Martín de Frómista se impuso como condición al arquitecto restaurador que diferenciase lo viejo de lo nuevo utilizando piedra de un color diferente en su cometido, compromiso éste que no se cumplió y que proporcionó en consecuencia un edificio y una escultura de general apreciación en la que no se sabe qué es lo original y qué es la aportación moderna salvo por la parcial comparativa con la maqueta del edificio anterior, que se mantiene en la iglesia para el conocimiento del visitante.
Hoy San Martín de Frómista es un templo espectacular que debe ser visitado por cualquier filorománico, pero cuyo valor principal es más el de servir de libro de estudio del románico. Eso sí, en la perspectiva del riesgo en la confusión.
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Sin la menor duda, la reconstrucción de San Martín conllevó un afán, desmesurado en nuestra cultura actual, de hacer una gran obra, de cuidar lo existente y de preservarlo, pero se alteró la autenticidad y con ello se devaluó lo sustancial del monumento.
Habría que pensar que hoy en día, en el siglo XXI, estas cosas no son posible, que la legislación, las Administraciones y, sobre todo, la Cultura, imposibilitarían tales actuaciones. Pero no es así y no lo es porque, refiriéndonos a lo que nos une, el románico sigue siendo una ciencia nueva, una ciencia que parte de la gran indocumentación sobre el objeto de su estudio, lo que imposibilita la unicidad de criterios, cuya preservación requiere, además, la intervención de especialistas en diversas materias, la elección de criterios restauradores acertados, y el respeto. Respeto a la obra románica, respeto a la normativa, respeto a los profesionales y respeto al trabajo en equipo.
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Por eso, como se denuncia en la nueva revista “CE-conservación”, por mucha voluntad y amor que se tenga a la iglesia del pueblo y a sus santos mártires, proceder a repintar ó a “sacar la piedra” por las propias fuerzas locales conlleva un riesgo que debe obviarse; riesgo de coste ingente ya materializado sólo de pensar en la decoración perdida en la mayoría de las iglesias románicas que hoy lucen sus piedras y en los adefesios en que las repintadas han transformado multitud de tallas y de esculturas (foto adjunta de calvario gótico, válido al caso).
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Nuestro Estado ha tenido, en este sentido, la gran suerte de tener preservada su obra románica durante siglos.
A diferencia de otros paises en que las reformas monásticas dejaron a cero sus monumentos altomedievales, o en los que las guerras de religión y las revoluciones libertarias produjeron efectos semejantes, son contados los casos en los que las fuerzas napoleónicas o las huestes libertarias inciviles produjeron daños significativos (Foto adjunta de San Martín de Elines donde las pinturas románicas quedaron destrozadas en la guerra incivil).
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En nuestro territorio el románico desaparecido es más una víctima del abandono, de la incultura y de los cambios de estilo “socioartístico” que de acciones beligerantes, de ahí nuestra riqueza románica y por ello la necesidad del respeto a la profesionalización de las tareas restauradoras, definiendo “restauradoras” en sentido amplio (Foto adjunta del ábside románico de Turégano (Sg) escondido tras un retablo barroco, actualmente en proceso de recuperación)
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Respeto no sólo a la ejecución de la tarea de puesta al día, sino también al necesario estudio previo, al trabajo silente multidisciplinar de búsqueda de documentación y de las soluciones técnicas necesario para evitar la comisión de errores, para acertar en el resultado. Un esfuerzo que necesariamente precisa de la concentración y del sosiego.
Por eso cuando el afán de protagonismo individual o el menosprecio al equipo multidisciplinar, traicionan la confianza necesaria para el adecuado estudio previo, como en ocasiones ocurre en esta cutre España machadiana, se está atentando contra el patrimonio que defendemos.
No es todo malo, ni mucho menos. Al contrario, jamás se han movido tantos recursos en estas tareas y jamás se han realizado tan buenos trabajos como los que se hacen. Por ceñirnos sólo a Soria, para acabar, hay que alabar e invitar a visitar la restauración realizada por el equipo multidisciplinar de Soria Románica, bajo el patrocinio de la Fundación Duques de Soria, en el arcosolio de Nuestra Señora del Rivero en San Esteban de Gormaz, aunque en este caso nos estemos refiriendo, por excepción, a la recuperación de pinturas de estilo gótico lineal, que al efecto, “tanto montan”.
Sería injusto terminar la exposición sin mencionar el esfuerzo restaurador de entidades como CajaMadrid, Fundación Santa María La Real, Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, Caixas catalanas, Administraciones Públicas, Fundaciones de empresas privadas…y un largo etcétera.
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