B. El Juicio Final
El segundo nivel representa la separación de los justos y los condenados cada uno a un lado de Cristo, que ocupa la posición central. Es una imagen muy habitual y proviene de la descripción del Juicio Final de Mateo:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y se separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda.» (Mateo, 25.31).
B1. A la derecha, las ovejas, la
procesión de los justos, entre los que se reconocen con facilidad a
Pedro por las llaves del Cielo que lleva en la mano y, a su lado, a la
virgen María. El tercer personaje de este grupo central, con barba y apoyado en un bastón, es el
abad Dadon, un ermitaño que fundó la abadía a principios del siglo IX. A continuación, sujetando un báculo, viene el
abad Oldoric, que levantó la primera iglesia. Este abad le da la mano a un personaje coronado, que lleva un cetro en la mano. Es
Carlomagno, quien sufragó las obras de la primera iglesia.
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Sobre los justos, cuatro ángeles sostienen unas pancartas en las que están escritas las cuatro virtudes teologales: fe, esperanza, caridad y humildad. © Kristobalite (detalle). Del resto de personajes, el más interesante es el monje
Arosnide, que se encuentra en el extremo, medio en cuclillas. Su historia está relacionada con uno de los negocios más rentables del Medioevo, el tráfico de reliquias.
Según la leyenda, santa Fe, una mujer que vivió al final del siglo III, sufrió un terrible suplicio durante el mandato de Diocleciano. Había nacido cerca de la pequeña localidad galo-romana de Agen, en la región de Aquitania y había sido bautizada por el obispo de la ciudad, un tal Caprasio. Cuando apenas era adolescente, fue capturada por las tropas del procónsul romano Daciano y terminó decapitada al no renegar de su fe cristiana.
Al parecer, hacia el año 530, el obispo de Agen exhumó los presuntos restos de santa Fe —y digo presuntos porque vete a saber a quién pertenecían— y los atesoró en una iglesia que había a las afueras de la ciudad. Atraídos por la leyenda de la santa, al lugar acudieron multitud de peregrinos y su reputación no tardó en aumentar avivada por rumores sobre su poder milagroso.
Tres siglos más tarde, hacia el año 860, los monjes benedictinos de la abadía de Conqués tenían un problema. Aunque el lugar se encontraba en una de las rutas francesas del Camino de Santiago, carecía del suficiente prestigio para convertirse en un lucrativo foco de peregrinación, así que empezaron a buscar alguna reliquia que potenciara el interés por su iglesia. Se ve que no andaban bien de recursos, a pesar del apoyo que recibían de los monarcas carolingios, porque no se les ocurrió nada mejor que robar las reliquias de Agen (aunque quizá hubo otra motivación que desconozco, como alguna rivalidad entre los dos centros religiosos). El encargado del hurto fue este monje llamado Arosnide, quien, tras pasar seis años en Agen ganándose la confianza del clero local, un día consiguió apropiarse de las reliquias de santa Fe para llevarlas a Conquen, donde se custodian desde entonces. Lo cierto es que no puedo evitar sonreír pensando en este culebrón en torno a los santos despojos.
B2. En el centro se alza Cristo, sentado en el habitual trono en forma de mandorla. Con la mano derecha alzada señala el Cielo, donde irán los justos:
«Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.» (Mateo, 25.34).
Con la mano izquierda indica hacia abajo, al Infierno, donde irán los pecadores:
«Y dirá a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles.» (Mateo, 25.41).
Las estrellas que rodean al trono, quizá hagan referencia al momento en que Cristo desciende del cielo para empezar el Juicio.
«Pero luego, en seguida, después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz y las estrellas caerán del cielo, y las columnas del cielo se conmoverán. Y entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. » (Mateo, 25.29).
En la parte inferior, dos ángeles llevan cirios, símbolo de la luz.
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© Jaufré Rudel