SANTA MARÍA DE IGUÁCEL

Tan sólo, al mencionar el lugar donde se esconde, su nombre evoca melodiosos susurros, como de una lengua extraña u olvidada.

Iguacel, me sugiere, tenues canturreos de agua fresca libada desde las cobrizas hojas del fragante boj, o desde el embriagador aroma que a su proximidad destila la madera de sus plateados tallos para envolverla, como para sostenerla erguida entre esa delgada línea que la separa del límite boscoso y las níveas cumbres, rodeadas de sus atormentadas nubes, que celosas la esconden en un imposible y gélido abrazo durante todo el trayecto que hay que recorrer para llegar a ella desde el inviernal valle aragonés de Garcipollera.

Pero contadme, mientras preparo algunos mapas, y dejadme que os cuente algunas anécdotas e historias, cómo llegar y sobre todo, por qué se encuentra en este recóndito lugar, que nos evoca aquellos otros monasterios de novelescos lugares.

Iguácel, como agua y cielo.

El paisaje de Aragón sorprende la mayor parte de las veces por su verticalidad y el Valle de Garcipollera, es además un complejo boscoso, en el que durante las épocas lluviosas las torrenteras y ríos aumentan su caudal invadiendo los caminos, factores que unidos al mal tiempo y las fuertes nevadas, pueden proporcionar un mal rato al caminante en busca de este románico tan apartado, con lo que es aconsejable informarse de manera fiable de las condiciones metereológicas previstas para el día de la excursión.

Merece la pena realizar símplemente la excursión por llegar al paraje y fotografiarlo por fuera y beber agua de la fuente de tres caños, como sencillos peregrinos en sentido inverso, aunque sólo sea esta vez para sentarnos resguardados y a cubierto en las mesas del exterior, mirando a través de la lluvia la increíble situación de Santa María. Para ello, desde Castiello de Jaca, tomamos la carretera hacia la derecha que nos conduce a Bescós de Garcipollera y Villanovilla; desde aquí, abandonando el valle del río Ijuez, continuamos por la pista forestal que tomamos hacia la izquierda unos 500 metros antes de llegar a Villanovilla,que nos ha de conducir hasta Santa María, tras pasar, a unos 3 Km., por las ruinas de San Juan Bautista de Acín. Así, iniciamos nuestro recorrido en el plano del SIGPAC, en el dique en que la pista forestal interrumpe su recorrido -marcado con 3 puntos rojos sucesivos- por la ribera derecha del Iguácel, ya que en este momento nos percatamos que la misma continua al otro lado, no habiendo otro recorrido aparente para cruzar que hacerlo por encima de esa construcción, sobre la que el río desborda continuamente su caudal, creando una ancha franja de agua de apenas un palmo de espesor; las losetas de granito de la parte del firme, están sueltas e incluso a falta de ellas, en el centro se ha creado un bache que sumergido impide calcular con certeza si nuestro vehículo será capaz de cruzar el dique, que medirá apenas unos tres metros de anchura, casi el mismo que el de nuestro vehículo y situado además a una altura de unos 10 metros. Insisto, en que no sólo es el tiempo puede proporcionarnos un serio disgusto, pues una decisión equivocada, en este o cualquier otro punto del camino, puede precipitar una serie de imprevistos sucesos que más tarde lamentaremos, incluso yendo sólo.

No obstante esta prueba de valor, puede realizarse más certeramente si se va provisto de unas buenas botas de montaña, vadeando el río Iguácel por el mismo dique -procurando mojarse lo menos posible- y disponiéndonos recorrer a pie los tres últimos kilómetros que suben hasta Santa María, vadeando el Barranco de Acín y al final nuevamente el río. Este último vadeo, tampoco podrá ser realizado en coche, con lo que la mojada de pies -puede que salvo en verano-, sea casi segura de cualquier modo; si no detenemos nuestra marcha, alrededor de 1 hora ascendiendo suavemente por la cuidada pista forestal, alcanzamos nuestro objetivo, que el último día del año 2009, lucía así, pero repito, que a veces lo importante es desintoxicarse del aire urbano u otros agobiantes pesares, caminata que ha de motivarnos lo suficiente para ver el románico con otros ojos:

Tras ese recorrido supongo que al llegar al antiguo monasteriolo tu espíritu estaría predispuesto a lo salvífico. Los monjes y laboratori de la Alta Edad Media pasaban con sus carros para trasladar los materiales constructivos y para trasladarse ellos mismos. ¿No?. Es decir, que exageras...¿no?. Saludos.

Claro, que si hubieses tenido un 4 x 4, como tienen los romanicófilos aragoneses, en lugar de tu lujosa berlina...

Ya, yaaaa ....berlina normal, más bien tirando a normalita; lo que sí, que en cualquier otro lugar y ya no sólo por el entorno natural -que también-, el riesgo que entraña para las personas evidencia que ese acceso debería estar restringido al tráfico de cualquier vehículo, incluso aunque creáis que exagero, baste acercarse para comprobar que todas las losas del firme están sueltas.

Al exterior, en las ventanas absidiales, de nuevo encontramos en Santa María de Iguacel la simbología del agua, algo que ya vimos en Jaca y Loarre, y que seguramente -a pesar de la erosión selectiva en este caso- alude al Bautismo de Jesús en el Jordán:

La portada oeste, más resguardada contra un talud y la foresta, también refleja el efecto erosivo, centrado este paso del tiempo, casi exclusivamente sobre los dos capiteles de la temprana portada románica, mientras que el resto de motivos escultóricos más elevados, como los canecillos del tejaroz, apenas delatan indelebles el paso de los años.

Mientras recordamos los rasgos 'romanizantes' que exhibe el capitel anterior que hemos relacionado con el bautismo de Jesús, en la foto, sobre el capitel de la izquierda de la portada románica, apreciamos una figura humana vestida con toga y situada entre dos leones, media melena con raya al medio, barbado y el efecto aludido ... ¿Daniel?:

STA MARÍA DE IGUACEL -PORTADA OESTE-

Al otro lado de la portada, un avaro que aferra con la mano izquierda su bolsa en bandolera, es sujetado firmemente por dos demonios, que desafiantes nos miran para decirnos que ya no hay vuelta atrás y que se aprestan a infringir a ese usurero, todo tipo de castigos por su avaricia...

STA MARÍA DE IGUACEL -PORTADA OESTE-

Lo del Daniel y lo del avaro me lo creo, parece bastante claro, pero lo del bautismo del Jordán ni de broma, a menos que me lo expliquen.
Demasiadas personas para un acto casi íntimo y demasiados turbantes. Para el islam el agua limpia que fluye por los rios tiene un contenido de purificación y de vida. Por eso la obligación de lavarse antes de hacer las oraciones. Pero hay otro contenido islámico referido al baño, e significado de arrepentimiento referido al que se baña en las aguas frías.
Teniendo en cuenta el momento y el lugar en que se produce y ubica este capitel, yo le daría un significado único de caracter pacifista, me atrevo a insinuar que con este capitel se está diciendo a los infieles que se arrepientan y que una vez purificados pasen al templo a rezar.
También podría encontrar un contenido contrario, no pacifista. Los turbantes indican que no se han bañado, que no se han arrepentido y por tanto no son dignos de entrar en el templo. Saludos.

Hola.

Estoy con Miguel. ¿No seran ninfas con el pelo recogido?.

Muy buena la deductiva, pero le haría más caso a Miguel, creo que está en lo cierto.

¡Jopeta, que guachi! ¡Esta es de las que me gustan a mí...! Este es un viaje para enchufarse a Edward Weiss... http://www.youtube.com/watch?v=17ud3x2-lm4

En cuanto a lo que decís sobre el capitel, por si puede ayudar en algo, aportar una anotación y una imagen (esperando las "super" de nuestro druida), al hilo de lo comentado sobre los "turbantes", en la página Arte románico en el reino de Aragón:

Un curioso listel, a modo de alfiz de influencia musulmana o prerománica, enmarca las dos ventanas de la fachada sur, este listel probablemente procede de la primitiva iglesia, y en la reforma de 1072, se le añadió una banda de palmetas y una columna con un capitel decorado con sencillos motivos vegetales, a cada lado de las ventanas.

Mañana, a la hora del desayuno, espero pasearme de nuevo por los senderos de este sugerente bosque, Jesús.

Abrazos.

¿Un álfiz? ... ¿aquí?, jopeta, pues va a ser verdad que sí---, ahí le tenemos, como certificando la intervención de mozárabes en alguna de las fases constructivas del templo.

Mientras aguardo el aroma de los efluvios de la flor de té esparcirse por los rincones del foro, os transcribo lo que Ángel Canellas López y Ángel San Vicente, en sus 'Rutas románicas por Aragón', buscando alguna información más respecto de este sorprendente templo:

'Santa María de Iguácel tiene una antigua historia: el Conde Sancho Galíndez, ayo del rey de Aragón Sancho Ramírez, era un rico propietario, de cuyo patrimonio queda aún testimonio documentado en un breve cartulario propiedad de la catedral de Huesca. Era importante señor aragonés de la segunda mitad del siglo XI y desempeñó las tenencias militares de Boltaña, Atarés y Sos. Pues bien: este conde había recibido de sus padres un ingente patrimonio, y entre los inmuebles, un antiguo santuario dedicado a la Virgen María, sito en Iuozar, topónimo hoy evolucionado de Iguácel. Este modesto eremitorio era centro de pergrinación al que acudían devotos de la comarca de la Garcipollera, donde está enclavado; y el propietario, junto con su esposa Urraca, viuda de Galindo Atones, decidió restaurar la iglesia primitiva con el concurso de unos artistas extraordinarios. La restauración estaba conclusa en el año 1072, y con este motivo el patrimonio de Iguácel se acrecentó con otros donativos de sus devotos, entre ellos el propio rey de Aragón que cedión la propiedad de Larrosa, villa inmediata a Iguácel. Ocho años después, en 1080, el matrimonio propietario regalaba Iguácel y su patrimonio alodial al monasterio de San Juan de la Peña: fue uno de los ricos presentes recibidos por la comunidad cluniacense con motivo de la solemne dedicación nde la nueva iglesia construida en honor de San Juan Bautista. En Iguácel persistió la devoción a Santa María: Pedro Sánchez, hijo del conde restaurador de su fábrica, concedería en 1094 aceite y cera en cantidad suficiente para iluminar ·ad fartum· la capilla, durante toda la cuaresma y esto mientras viviera. Años más tarde el edificio fue empleado para albergar monjas bernardas, que luego pasarían a Cambrón y finalmente a la casa de Santa Lucía en Zaragoza.'

Entre la melodía armoniosa de nuestro Bardo, os dejo una vista de Iguácel, desde la fuente, donde a pesar de la fría y débil llovizna me senté a contemplarla, rodeado de los ruidos del silencio salvífico -más bien derrotado tras la caminata y vadeos - que emanaba del bosque despoblado de sus pájaros de barro, que ahora recuerdo -efímeramente-, como el aletear suave y cálido de aquellos de té, que Ray echa a volar cada mañana: