Aún así, Yule, no podría identificarse con nuestra actual fiesta de nochevieja, la víspera de Año Nuevo, puesto que esta noche para los celtas, era Samhain. Lo creamos o no, el año se podría definir en uno cualquiera de los 365 días de su duración. En el mundo actual, la fijación de la víspera de Año Nuevo en 31 de diciembre es en realidad una elección arbitraria y no tiene verdadera conexión con la estructura natural del año.
Los antiguos romanos cambiaron el final y el comienzo de los tiempos de varios años de su historia. Jano, el dios romano de las puertas del cielo, dio su nombre a enero, acorde con su significado en el umbral del año nuevo. Sin embargo, si tenemos en cuenta que "septiembre" deriva de "siete" y "octubre" de "ocho", vemos cómo en otro tiempo, el año romano comenzaba en marzo, alrededor del equinoccio de primavera. Este sistema no desapareció hace miles años, puesto que fechas relativamente recientes -hacia 1700-, el comienzo del año marcaba su inicio hacia el 25 de marzo todavía en las colonias americanas. De manera similar, el calendario árabe, registra el comienzo de año, el primer día del mes de Muharram, mes coincidente con nuestro Marzo en su calendario solunar, si bien el día marcado para tal evento -no festivo- varía en función de los ciclos lunares. Otras culturas asiáticas, como chinos, coreanos y vietnamitas, lo celebran también un día variable, en función de estos presupuestos, entre los meses de Enero y Febrero, calculado de manera similar.
Sin embargo, una vez que el arraigo duante décadas de acondicionamiento, transforma el carácter arbitrario de nuestra concepción científica del Año Nuevo, el trasfondo del asunto se ha convertido en algo irrelevante para cada uno de nosotros, puesto que lo realmente importante es el sentido de la fiesta. Así, estamos profundamente condicionados a vivir la Navidad al final de diciembre, e inmediatamente después a sentir el final del año en un paisaje, cuando poco, escarchado, sin reparar que este simbolismo aledaño asociado con el momento álgido de la oscuridad y los ambientes navideños nevados, encuentran sus contrastes más llamativos en el hemisferio sur del planeta, donde el suceso festivo-astronómico, transcurre durante el solsticio de verano.
A pesar de lo mucho que gustaría a los celtófilos, sería demasiado difícil para la mayoría volver a calibrar los calendarios internos, para hacer de Samhain esa noche. Años de obviedad y un gran "trabajo" emocional, impedirían ya a la inmensa mayoría, tratar de conciliar de manera "auténtica" el sentimiento que Navidad y Año Nuevo, han creado a finales de año, con el mismo modo familiar del "ajuste" por el que Samhain hacía transcurrir la fiesta, marcando la muerte del año agrario y el comienzo del período de obscuridad. Si además, simplemente comprendemos que Samhain significa un "comienzo" y que -pese a las modernas técnicas de cultivo y cría- el final del año agrario existe, el crepúsculo gris de noviembre se nos presenta como la tierra desolada, el lugar errante que entre los ciclos encuentra la vida. Caminamos desde el gris de noviembre a la oscuridad de diciembre, para llegar al submundo total en el abismo de dicidembre en el mismo año. Es por eso que nuestra percepción ha cambiado y que el tiempo del año nuevo, en nuestro calendario actual, se transformarse en la puerta por donde el tiempo nos hará encontrar rápidamente nuestro camino, con la cálida esperanza que alberga el retorno triunfal del sol. Un viejo refrán castellano, arguye respecto al espacio de luz ganado cada día...
'Para Reyes, lo conocen los bueyes...y por San Blas (3 de Feb), una hora más...'. También que las cigüeñas volverán pronto y que Imbolc, momento que las ovejas paren y todo lo que ello significa, se aproxima a nuestras mentes.
Como es el caso de las formas sutiles de la percepción, vemos mejor a Yule cuando no miramos a los ojos, sino dentro. A medida que el tiempo se acerca a su fin, su forma sombría regresa a nosotros de incalculables maneras. Nos encontramos con que la túnica y el parpadeo constante de cambio, observado en él a través de diferentes estilos de la antiguedad y su cara, son como una máscara en constante cambio que pasa por una larga serie de transformaciones, algunas conocidas, otras no tanto.
Hemos descrito a Yule,
como el principio oscuro y robusto, tal vez incluso un poco amenazante. Pero también vemos en sus representaciones célticas, su cara sombría y en algunos determinados casos, se vislumbra incluso como un conjunto de cuernos negros y cabellos de hojas enmarañados, que brotaban de una mata silvestre. Mitad hombre, mitad bestia, parece que está volviendo desde un tiempo cósmico, como un juez justiciero, un rival en el umbral de los misterios por venir. Los cuernos negros hacia fuera, a veces parecen querer emular la apariencia de un ciervo, una expresión que se convierte en imágenes de la vieja Europa. El señor del inframundo y, al igual que sus homólogos clásicos, a veces lo vemos expresando la riqueza espléndida del submundo de abajo. Brillantes colgando de los torques de sus astas o en cuclillas con las piernas cruzadas, derramando -desde un gran saco- cascadas de abundancia en un torrente de oro y tesoros. Sin duda este es el gran benefactor, el dador de dones en la medianoche del año. Recordamos entonces alguno
por qués, cómo cuando César habló de la enseñanza de los druidas y los ciclos sagrados que daban comienzo en la oscuridad, porque todos somos descendientes de él ... Yule, el Padre del Submundo. Al final, lo vemos claramente una vez más, sincretismos pasados y actuales que pasan a través de las puertas de Janvs y antes de Yule. También el Rey Acebo, representado como un gigante poderoso con apariencia de hombre cubierto de hojas de acebo y en las ramas, y empuñando un arbusto de acebo como un arma.
Éste bien pudo haber sido el mismo arquetipo en que se basó el Caballero Verde de la leyenda artúrica, y cuyo desafío a Gawain comenzó precisamente durante las celebraciones de la mesa redonda de Navidad.
Sin duda, otro nuevo caracter simbólico olvidado nos lo ofrece Modranecht, la Madre de las Noches, que según Beda el Venerable marcaba en algunos pueblos de la nación Anglo, el comienzo del nuevo año. Esto sucedía la noche del 24 al 25 de diciembre, marcada por ceremonias que parece ser se ejecutaban durante una larga vigilia... ¿La Nochebuena?
Un abrazo a tod@s.