Hola a todos En primer lugar, felicidades Rai, ¡vaya desarrollo de tema! En segundo lugar, no seré yo el que niegue la posible influencia de textos apócrifos en la iconografía románica; sin embargo, tampoco se debe olvidar que en este tema existe una doctrina oficial. Como acabaré escribiendo acerca de teología, espero no hacerme pesado. Ya aviso que es una entrada un poco larga, pero creo que interesante para el tema que nos ocupa.
Esta iconografía del descenso a los infiernos puede ser interpretada como una afirmación de la Iglesia Occidental o romana sobre la Iglesia Ortodoxa. Recordemos el gran Cisma de 1054. ¿Por qué? Hablemos de credos.
Mientras el Credo de Nicea escribe: “y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre”
El llamado Credo de los Apóstoles escribe: “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”
El llamado Credo de los Apóstoles no es utilizado por la Iglesia ortodoxa en su liturgia; sim embargo, la iglesia de Roma se lo obligaba aprender a los catecúmenos que iban a ser bautizados. Pero, además, la Iglesia romana tiene su voz de autoridad en el propio San Pedro cuando, en el capítulo II de los Hechos a los apóstoles: “Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: "Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras”. Entre otras cosas les dice:
1. 23 a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; 24 a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio 2. 31 vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción.
Pero, además, el mismo San Pedro en el capítulo tercero de su Primera Carta dejó escrito el contexto bautismal al que la iglesia de Roma liga este principio de fe:
“18 Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu. 19 En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados, 20 en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios, en los días en que Noé construía el Arca, en la que unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvados a través del agua; 21 a ésta corresponde ahora el bautismo que os salva y que no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir a Dios una buena conciencia por medio de la Resurrección de Jesucristo.”
Esta idea teológica, la iglesia católica la acabó integrando en su liturgia, tal y como lo atestigua esta Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado, recogida en la Liturgia de las Horas para el Sábado Santo y que, si os animáis a leer, veréis que recoge muchos de los elementos plásticos que aparecen en las iconográficas románicas:
“¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está sobrecogida, porque Dios se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios hecho hombre ha muerto y ha conmovido la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a oveja perdida. Quiere visitar a «los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (Is 9,1;Mt 4,16). El, Dios e Hijo de Dios, va a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor se acerca a ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor esté con todos vosotros». Y Cristo responde a Adán: « Y con tu espíritu». Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5,14). Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho hijo tuyo. Y ahora te digo que tengo poder de anunciar a todos los que están encadenados: «Salid», y a los que están en tinieblas: «Sed iluminados», y a los que duermen: «Levantaos».
Y a ti te mando: «¡Despierta, tú que duermes!», pues no te creé para que permanezcas cautivo del abismo. ¡Levántate de entre los muertos!, pues yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza (Gén 1,26-27; 5,1). Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e indivisible persona.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo. Por ti, yo, tu Dios, me revestí de tu condición de siervo (Filp 2,7); por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aún bajo tierra. Por ti, hombre, me hice hombre, semejante a un inválido que tiene su lecho entre los muertos (Sal 88,4); por ti, que fuiste expulsado del huerto del paraíso (Gén 3,23-24), fui entregado a los judíos en el huerto y sepultado en un huerto (Jn 18,1-12; 19,41).
Mira los salivazos de mi cara, que recibí por ti, para restituirte tu primer aliento de vida que inspiré en tu rostro (Gén 2,7). Contempla los golpes de mis mejillas, que soporté para reformar, según mi imagen, tu imagen deformada (Rom 8,29; Col 3,10). Mira los azotes de mi espalda, que acepté para aliviarte del peso de tus pecados, cargados sobre tus espaldas; contempla los clavos que me sujetaron fuertemente al madero de la cruz, pues los acepté por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos al árbol prohibido (Gén 3,6).
Me dormí en la cruz y la lanza penetró en mi costado (Jn 19,34), por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado salió Eva (Gén 2,21-22). Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño de la muerte. Mi lanza ha eliminado la espada de fuego que se alzaba contra ti (Gén 3,24).
¡Levántate, salgamos de aquí! El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí que comieras «del árbol de la vida» (Gén 3,22), símbolo del árbol verdadero: «¡Yo soy el verdadero árbol de la vida!» (Jn 11,25; 14,6) y estoy unido a ti. Coloqué un querubín, que fielmente te vigilara, ahora te concedo que los ángeles, reconociendo tu dignidad, te sirvan.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y desde toda la eternidad preparado el Reino de los cielos.” (Esta homilía la he tomado de mercaba.org)
Pero, tampoco hemos de olvidar otro concepto que va ligado a la liturgia del Sábado Santo y que cierra este círculo simbólico. Si ya, en los primeros tiempos del cristianismo, era costumbre bautizar a los catecúmenos en la noche del Sábado Santo, tampoco se debe olvidar que la liturgia de esa noche se compone de cuatro partes: Breve lucernario (bendición del fuego); Liturgia de la Palabra; Liturgia bautismal (Se hace la renovación de los compromisos bautismales y, en muchas ocasiones, se realiza algún bautismo); Liturgia de la Eucaristía.
Bueno, amigo Rai, espero que toda esta información te sirva en el desarrollo de este magnífico tema con el que nos estás deleitando. Un abrazo a tod@s
|