Hola.
La verdad es que "El Salon Dorado" de J.L. Corral no deja de sorprenderme . Esperaba una de tantas amenas historias medievales y me encuentro con un resumen de filosofia y teologia . Esperaba conocer historia de ciertos lugares y me encuentro con una revision de historia politica y religiosa de afectacion general. Creo que debo añadir algun texto mas , esta vez dedicado a un amigo que nos atiende diariamente y nos ha descubierto una buena forma de leer el romanico.
León de Fulda, hombre enérgico y vital, era el canciller del escritorio....era un humanista y procuraba salvaguardar y transmitir la literatura de los clásicos de la Antigüedad.(...)
El escritorio ocupaba la segunda planta de un macizo edificio frente al palacio Vaticano.
El trabajo en el escritorio dejaba a Juan poco tiempo para otras cosas, pero siempre que podía acudía a la biblioteca para consultar algunas obras. Estudió con cierta atención las Confesiones de san Agustín, el libro de cabecera del cardenal Humberto, el Timeo de Platón y los Comentarios de Boecio a la Lógica de Aristóteles. También conoció diversas obras de Macrobio, Plutarco, Juvenal, Virgilio, Ovidio, Lucano, Horacio, Séneca, Cicerón, Casiodoro y Mario Capella León, que advirtió pronto las capacidades de Juan, le acompañaba a veces a la biblioteca y le recomendaba algunas lecturas.
En aquel tiempo había en Roma, y en todos los monasterios y escuelas catedralicias, una encendida polémica sobre cuál debiera ser la formación de los eclesiásticos. En ciertos círculos prendían con fuerza las opiniones de Pedro Damián. En una obra suya titulada Dominus Vobiscum, este hombre atacaba con dureza a los filósofos y denostaba la filosofía. Decía que para la salvación un monje sólo necesitaba del conocimiento de las Sagradas Escrituras y de ninguna manera de la filosofía. Rechazaba con desdén a Platón porque «escrutaba los secretos de la misteriosa naturaleza, fijaba los límites a los orbes de los planetas y calculaba el curso de los astros»; menospreciaba a Pitágoras por dividir en latitudes la esfera terrestre; desdeñaba a Euclides porque se preocupaba de los complicados problemas de las figuras geométricas; descalificaba a todos los retóricos, con sus silogismos y sus cavilaciones sofisticas, como indignos para tratar esta cuestión. Damián recomendaba a los monjes una biblioteca breve y selecta, compuesta por el Antiguo y el Nuevo Testamento, un martirologio, homilías y comentarios alegóricos de las Escrituras, y las obras de Gregorio Magno, Ambrosio, Agustín, Jerónimo, Próspero de Aquitania, Beda el Venerable, Remigio de Auxerre, Amalario, Haimón de Auxerre y Pacasio Radberto. León de Fulda no compartía las ideas de Pedro Damián, aunque no se atrevía a discrepar abiertamente. Alguna vez, solía emitir veladas críticas, siempre muy razonadas y exentas de toda dureza. Acostumbraba a decir a quienes lo acompañaban en los paseos, que las enseñanzas de la fe había que sostenerlas y confirmar las mediante argumentos de la razón y que la dialéctica, la retórica, la filosofía y la gramática no contradecían los misterios divinos, sino que si se usaban correctamente podían servir para su fijación y su afirmación. Para sostener sus posiciones, León citaba argumentos tomados de Juan Escoto Erígena: «Lux in tenebris fidelium animarum lucet, et magis ac magis lucet, a fide inchoans, adspeciem tendens», solía repetir parafraseando a Escoto. León sabía que no faltaban quienes consideraban a Juan Escoto un hereje, pero sus escritos eran sólidos y basados a su vez en razonamientos de Dionisio, Máximo el Confesor, Gregorio Magno, Gregorio Nacianceno, san Ambrosio o san Agustín, y estaba claro que nadie en la Iglesia se hubiera atrevido a calificar a ninguno de ellos de herético. Durante su aprendizaje en la escuela de Chartres, el jefe del escritorio había recibido las enseñanzas de Fulberto, su fundador, que estimaba que había que someter una razón débil y limitada a los misterios de la fe y de las enseñanzas de la revelación, pero se mostraba más próximo a Berengario de Tours, su maestro en Chartres, que no vacilaba en traducir las verdades de la fe en términos de la razón. De Berengario había aprendido que la dialéctica era el medio por excelencia para descubrir la verdad y que apelar a la dialéctica era apelar a la razón. Como Juan Escoto Erígena y Berengario de Tours, León de Fulda estaba persuadido, siguiendo a Aristóteles, de la superioridad de la razón sobre la autoridad. Decía León que el papa Silestre II, llamado antes Gerberto, monje en el monasterio de Aurillac bajo la severa regla de Odón de Cluny, no había dudado en trasladarse a España durante tres años para estudiar la ciencia árabe y haber dirigido después con criterios modernos la prestigiosa escuela catedralicia de Reims. Fue el papa del año mil y, pese a algunos visionarios que anunciaban el fin del mundo para entonces, el magisterio y la erudición de Gerberto de Aurillac, ya como Silvestre II, habían evitado un cataclismo en la Iglesia Juan grabó en su mente el título de las dos obras de Gerberto de Aurillac y se obligó a sí mismo a consultarlas en la biblioteca en cuanto pudiera.
Dos maneras de ver la fe totalmente opuestas. Parece bien planteada la problematica en la iglesia en plena reforma gregoriana , con el pontificado de Nicolas II. ¿Verdad Corbio?.
Insisto , a los que no conozcan esta obra , muy recomendable. Y a los que ya la conocian , enhorabuena , siempre pueden releerla. Falta mucho todavia hasta llegar a los reinos hispanos.
Saludos.
|